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Las rondas campesinas cumplen una labor importante en el cerco epidemiológico en apoyo a las fuerzas del orden para evitar la propagación del coronavirus. ANDINA/Difusión
09:55 | Lima, jul. 13.
Perú es uno de los
países de América Latina a los que más ha golpeado el coronavirus, pero
hay regiones que han logrado retrasar los daños.
Cajamarca -en el norte- es una de ellas, a diferencia de lo que ha ocurrido en Lima, Piura, Loreto y Lambayeque, por ejemplo.
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"Cajamarca es una de las regiones donde más tardíamente se ha registrado un incremento de casos por coronavirus.
La tasa es bastante baja con respecto a otros departamentos", dice
Augusto Tarazona, presidente del Comité de Salud Pública del Colegio de
Médicos del Perú.
Hasta este jueves, Cajamarca
reportaba 3,012 casos confirmados y 117 fallecidos, según datos
oficiales del Ministerio de Salud. Un escenario que dista mucho de lo
que se vive en un departamento de similar densidad como Arequipa, que
registra 8,144 casos confirmados y 343 decesos.
Hay varios factores que inciden en los resultados del quinto departamento más poblado del Perú.
Primero,
su baja densidad de población en relación con la capital, Lima, que
concentra tres cuartas parte de los habitantes del país.
Su
ubicación geográfica dentro de la zona andina es otro, así como los
determinantes sociales, que hacen de Cajamarca un lugar con más orden
que otras partes del país.
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Y, en ese sentido, las rondas campesinas son clave.
"En sus inicios, Cajamarca tuvo una intervención bastante efectiva con el apoyo de las rondas campesinas
dentro de las poblaciones pequeñas, al crear cercos estrictos. Eso
explica la postergación del inicio de la transmisión de nuevos casos",
afirma Tarazona.
Pedro Cruzado, representante de la Dirección Regional de Salud de Cajamarca, explica que las autoridades de ese departamento se anticiparon a la cuarentena y, desde febrero, crearon un plan de contingencia ante la inminente llegada del virus.
Sin
esperar el apoyo gobierno central, buscaron garantizar algunos recursos
para dotar mejor a sus dos hospitales y aplicaron un cerco epidemiológico en sus cincos principales accesos.
Es ahí donde entraron en juego las rondas campesinas para mantener a raya el virus con el golpe de sus pencas.
¿Qué son estas rondas campesinas?
Son una organización comunal de defensa que funciona en Cajamarca desde 1976 y que se le conoce como el ejército de los pueblos.
Una
fuerza de orden público que suma más de 500,000 miembros voluntarios en
la región -mujeres incluidas- y que con los años extendió su influencia
al resto del país hasta alcanzar un millón de ronderos.
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Se les reconoce con facilidad porque actúan en grupo de 10 o 15 personas.
No
van uniformados como una fuerza pública. Pero se les identifica porque
suelen llevar un distintivo con el nombre de la ronda y una bincha
(tira) de cuero de toro con la que reeducan a quienes se niegan a
cumplir los usos y costumbres establecidos en la ley de rondas
campesinas.
"Surgimos debido a la necesidad de
preservar y proteger los bienes colectivos, que estaban amenazados por
el abigeato (hurto de ganado)", explicó Aladino Fernández, presidente de
la federación regional de rondas campesinas de Cajamarca.
"Nos
dedicamos a administrar justicia y a resolver todo tipo de problemas.
Participamos en la pacificación nacional en tiempos del terrorismo.
Hemos defendido al medio ambiente de las grandes mineras y ahora estamos
luchando contra esta pandemia", acotó.
Cuando
el 16 de marzo se decretó el estado de emergencia en Perú, las
organizaciones de base de las rondas campesinas se reunieron para
coordinar qué podían hacer para que la enfermedad no llegara a ningún de
los 13 distritos de Cajamarca. Allí se definió su plan de acción.
"Al principio no se entendía qué era la pandemia", comenta María Irma Zafra, representante de la provincia de Hualgayoc.
"Ya
luego decidimos salir a formar piquetes en las entradas y salidas
estratégicas, pedir identificación a quien llegara y no dejar pasar a
nadie que no fuera de la comunidad".
Oscar
Vásquez, vicepresidente de la federación regional de rondas campesinas
de Cajamarca, explicó que además se prohibió la circulación de vehículos
con más de tres personas, se exigió el aislamiento familiar, el uso de
mascarillas y se ordenó jornadas de fumigación los domingos, con lo que
lograron -en conjunto con los gobiernos distritales- mitigar la
propagación del virus.
Mano dura contra el virus
El problema vino después, cuando el gobierno permitió el regreso a las regiones de quienes hacen vida en Lima.
La
falta de trabajo en la capital movilizó el retorno de más de 30.000
cajamarquinos que entraron por los puntos de control. Pero se calcula
que otros 10.000 ingresaron de forma irregular por los cerros, según
comentó Cruzado.
"Costó hacer entender a
algunos miembros de las rondas que debíamos recibir a nuestros hermanos,
pues se pensaba que todo el que venía de afuera traía la enfermedad. Se
logró. Pero controlar a las personas externas es lo más difícil", dice
Santos Saavedra, presidente de la Central Única Nacional de los Ronderos
del Perú.
Los piquetes se reforzaron, de día y
de noche. Se crearon albergues comunitarios para que los recién
llegados guardaran 15 días de cuarentena antes de entrar a cualquier
localidad.
De paso, se exigió el cumplimiento
estricto de las medidas sanitarias relacionadas con el distanciamiento
social y el uso de mascarilla. Normas que aún se aplican, a pesar de
haberse levantado la cuarentena.
Romper las
medidas acarrea sanciones, como uno o dos pencazos (golpes), ejercicio
físico, turnos en los piquetes o trabajo comunitario.
"Los
incumplimientos lo tomamos como un desafío a nuestra autoridad y, en
esos casos, aplicamos sanciones de corregimiento, como latigazos",
explica Saavedra.
"Los castigos son
proporcionales a la falta. Ni muy blandos ni muy extremos. A los
malcriados que insultan o se exceden van a los calabozos, porque nadie
se burla de las rondas", agrega.
Fernández salió en defensa de los métodos aplicados por las ronderos, porque aseguró que no atentan contra los derechos humanos.
"Las
sanciones no afectan ni en lo físico ni en lo psicológico. Somos una
organización que administra justicia. Justiciera pero no de
ajusticiamiento. Hay ronderos a los que se les ha ido la mano y a ellos
también los corregimos, porque por muy delincuente que sea tiene derecho
a la vida".
Un pasado con sombras
A
las rondas de zona de la sierra sí se le adjudican varios excesos
durante los enfrentamientos con Sendero Luminoso entre 1980 y 2000, tal
como quedó registrado en el Informe de la Comisión de la Verdad en 2003.
"Los
ronderos del Tulumayo cometieron violaciones de los derechos humanos
durante sus patrullajes e incursiones a poblados alejados en
coordinación con los militares", se reseña en el informe.
A
esa organización, por ejemplo, se le atribuye en marzo de 1990 una
emboscada a una columna de Sendero Luminoso en un paraje cercano a
Cochas. "Los nueve subversivos muertos en la operación son decapitados y
sus cabezas son llevadas al cuartel en Huancayo para convencer a los
militares de la decisión de combatir la subversión", relata.
En
este entonces, se les denominaba rondas contrasubversivas o Comités de
Defensa Civil, para diferenciarlos de las rondas del norte (Cajamarca o
Piura), que no poseían armas. También las formaban campesinos. Pero
estos respondían a la ideología de los gobiernos, así como a las órdenes
del Ejército.
"Los comités eran un ejército
rural formados por campesinos armados que fueron preparados por los
militares", afirma el sociólogo Roberto Huaraca.
El
gobierno de Alberto Fujimori los reconoció en noviembre de 1991 como
Comités de Autodefensa. Un acto que, de cara a los ronderos de
Cajamarca, sólo buscaba dividirlos.
Antes que la policía
Al
final, la pacificación justificó muchas de estas acciones. Hasta el
punto que los pobladores de las zonas campesinas no ven con malos ojos
las prácticas de los ronderos. Su accionar suele contar con el aval de
la comunidad.
"Las rondas son drásticas, pero
muy efectivas, porque trabajan de forma organizada. Debería haber en
todo el Perú", opina Mauro Malaver, quien nació en Cajamarca hace 63
años.
Ni la policía ni el ejército gozan de la
misma legitimidad, porque se les tilda de instituciones corruptas y
burocráticas. De manera que los cajamarquinos prefieren acudir primero a
las ronderos antes que a cualquier funcionario público.
"De
ocurrir un robo, los ronderos van tras el delincuente, lo agarran y lo
sancionan en el acto. La policía, en cambio, puede que lo suelte a los
dos o tres días sin ningún castigo", afirma Rosman Bustamante, oriundo
de ese departamento.
"Las rondas campesinas
usan una violencia simbólica para poner orden. No buscan causar daño",
explica el sociólogo Roberto Huaraca.
"La
coerción que ejercen sólo hace cumplir las disposiciones de la Asamblea
General. Forma parte de los usos y costumbres de los pueblos, que dista
de lo que ocurre en las ciudades, donde priva el individualismo y el
incumplimiento de las normas", agregó.
Miedo a la enfermedad
La
mano dura de los ronderos durante la pandemia responde también a las
carencias de la región en cuanto a atención hospitalaria, que atemorizan
a los habitantes del departamento de Cajamarca.
"En
Bambamarca, por ejemplo, no contamos con un centro de salud para
soportar esta enfermedad", dice Zafra. "De contagiarnos tendríamos que
trasladarnos al hospital de Cajamarca, que queda a tres horas".
El
Hospital Simón Bolívar, al que hace referencia, es un centro
materno-infantil que tuvo que ser acondicionado para atender a los
pacientes con covid-19, porque ni siquiera contaba con una unidad de
cuidados intensivos, explica Cruzado.
Ahora
dispone de cuatro camas UCI y al menos diez ventiladores mecánicos. El
problema ahora es que Cajarmarca no tiene suficiente personal médico
especializado para hacerse cargo de estos equipos.
"En
Cajamarca tenemos déficit en todas las especialidades", afirma Pedro
Lovato, decano del Colegio de Médico de ese departamento.
"Mientras
la Organización Mundial de la Salud establece que debería haber 23
médicos por cada 10.000 habitantes, aquí, si acaso, llegamos a siete",
acota.
Se han hecho esfuerzos para cubrir las
deficiencias. Incluso Cruzado señala que se invirtieron más de 14
millones de soles (US$3,9 millones) para la dotación de camas,
ventilares y monitores que sirvieron para resolver los primeros casos.
Pero, de incrementarse los contagios en Cajamarca, no se darían abasto.
"Dios
quiera que no aumenten los casos como en otras ciudades, porque la
capacidad hospitalaria de la sierra es más reducida que la de la costa.
Por tanto, el colapso ocurriría de manera más rápida", comenta Lovato.
En alerta ante nuevos casos
El levantamiento de la cuarentena nacional desde el 1 de julio podría ser una amenaza para Cajamarca.
Ya
en las últimas dos semanas las cifras de contagios y fallecidos han
registrado un crecimiento. De manera que urge un cambio de estrategia.
"Ahora
debemos entrar a una fase diferente. Ya no es posible mantener a la
población en aislamiento social, como se venía haciendo con ayuda de los
ronderos. No podemos dejar que la gente siga bajando la guardia, porque
tenemos a los hospitales en 60% de su capacidad", afirma Cruzado.
El
relajamiento de las medidas de aislamiento social ya se deja sentir en
Cajamarca, que ahora reporta un rango de transmisión de 1,16%, cuando
hace dos semanas era menos de 1%.
Otras
localidades, como Loreto, Lambayeque, Ucayali o Lima, figuran como
prioridad para el apoyo de los casos de covid-19, de acuerdo con el
reporte de Centro Nacional de Epidemiología, Control y Prevención de
Enfermedades.
El territorio de los ronderos, en
cambio, todavía se ubica entre el grupo con categoría de atención baja.
Una calificación que se mide por la tasa de incidencia de la
enfermedad, la mortalidad, la letalidad y el porcentaje de población
contagiada.
Nada hace pensar que, en el corto plazo, Perú tendrá aún la enfermedad bajo control.
Y Cajamarca no está exenta.
"Esta
región no ha llegada a su meseta. Tenemos que prever y anticiparnos en
fortalecer la atención primaria, porque la realidad es que vamos a tener
que aprender a convivir con el coronavirus", sentencia Cruzado.
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